lunes, 13 de junio de 2016

Carlota María Angélica de la Quintana y Lopez de Arroyave

DO


Dejó de ejercer la medicina a los 78 años. La jubilación forzosa le impidió seguir asistiendo a todos los que no tenían recursos para poder mejorar su salud. Los jueves y sábados la consulta de Doña Carlota María Angélica de la Quintana y López de Arroyave, en la calle Canalejas 16, abría sus puertas a los más pobres. Así durante casi cuatro décadas.
 
Su vocación a la medicina postergó otros proyectos de vida como el matrimonio o los hijos. Siempre tuvo claro que entre sus prioridades, su profesión de médico le iba a condicionar a todos los niveles. Pero aun así, la que fue número uno en las primera convocatoria para funcionariado público de Sanidad, se mostró eternamente agradecida a la profesión que tan feliz le hizo. De ahí que, incluso a poco de morir, su firma dejaba huella en todas y cada una de las revistas científicas en las que colaboraba.

Antes de 1909, año de su nacimiento, la sociedad canaria no podía imaginarse que en poco más de dos décadas después una mujer con más de cinco especialidades en medicina, iba a convertirse en su médico de confianza. Una jovencita, de mente prodigiosa, emprendía una prolija carrera profesional a caballo entre Madrid, donde se licenció, Alemania, epicentro de la investigación científica más avanzada en aquella época, y Canarias. Hoy y siempre, María Angélica pasará a la historia por ser la primera mujer doctora en las Islas.  
En una sociedad de hombres las dificultades las encontraba por doquier. Doña Carlota iba rompiendo moldes desde el momento en que ingresó en la Universidad, la primera en adentrarse en una profesión masculina. Cuando comenzó, por ser mujer, algunos profesores incluso le negaban un más que merecido sobresaliente. Pero el talento y el ansia por saber que siempre tuvo aquella señorita de Artenara, pudieron desafiar todas las vicisitudes adversas. 
Con su padre, había viajado a Madrid y con el que había pasado varias semanas en busca de una carrera. No tenía claro si Ingeniería, Farmacia…. pero los días que pasó entre los futuros farmacéuticos, en una llanura de Toledo, donde se disponían a recoger hierba para luego su tratamiento le convencieron de que no, aquello no era lo suyo, no iba a ser farmacéutica. Tuvo que hablar su padre con el amplio círculo de amigos que tenía en la capital de España para que le encaminaran en la facultad de Medicina. Se quedó en el pabellón de aquella facultad el progenitor a la espera de su hija. Y ésta salió con una sonrisa de oreja a oreja. La niña no había tenido que soportar el calor toledano ni respirado el olor de la hierba; la niña vio una disección y con aquello se quedó más satisfecha. Ella sería médica.Fue de las personas que tiraron de la sanidad pública cuando ésta empezaba a tomar forma en España. Aprobó las oposiciones en Madrid y allí se quedó quince años, desde 1964 hasta 1979. Canarias seguía latente en su mente. Quería volver. Por eso ya en 1976 movió los hilos para pedir destino en Canarias. Una llamada del Instituto Nacional de Previsión le ofreció una plaza en Lanzarote. Aceptó porque, por entonces, era en las islas menores donde el salario de un médico se equiparaba al de uno de la península. En Lanzarote ofreció dos años de servicio sanitario. Luego vino la jubilación. María Angélica decidió a abrir su consulta en Las Palmas de Gran Canaria. Fue entonces cuando advirtió la importancia de tener amigos en todas partes. La apertura de su despacho médico fue posible gracias a la intervención de un alto cargo de Sanidad, el tío de una compañera de carrera. Méritos no le faltaban para ser la primera doctora de Canarias, pero en tiempos de hermetismo político y convulsión social, la mujer siempre estaba situada en el último escalafón.

En las calles colindantes a aquella consulta no se llegaban a ver los escaparates, sus pacientes se multiplicaban. María Angélica 
recibía incluso a personas que ya habían sido reconocidas por compañeros médicos pero que, a diferencia de ella, sí cobraban.
 
Cada Navidad, María Angélica abría las puertas de su casa a dos pobres, que no tenía ni por qué conocer. Si alguna tarde a sus hijas se les antojaba ir al cine, allí estaba María Angélica para hacerles ver que con ese dinero, los niños de la calle podrían comer al salir del colegio. A pesar de que provenía de una familia con alto nivel adquisitivo -su madre pertenecía a la nobleza de Portugal y la familia paterna tenía una trayectoria académica muy reconocida- María Angélica no perdió nunca la humildad. Esa fe la educación que recibieron las dos únicas hijas de María Angélica. Su amor por su trabajo no le permitió ser madre hasta los cuarenta.  Casi en el ecuador de su vida el destino le arrebató a un pilar fundamental de su existencia, su marido, ingeniero. María Angélica se transformó en una “leona” -como la recordarán con especial cariño sus personas más allegadas- para sacar adelante a su familia.

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